Benposta y la increíble ciudad gobernada por niños

A orillas del Miño, en Ourense, existió durante décadas una república de la infancia que quiso demostrar que otro mundo y otra educación eran posibles
Imágen de la docuserie El circo de los muchachos de Prime Video.

A las ocho en punto, el tambor resonaba entre los árboles del río Miño. Los niños salían de las casas con sus uniformes gastados y se dirigían al ayuntamiento. No iban al colegio, iban a gobernar su propio pueblo.

Corría 1956 y un joven sacerdote gallego llamado Jesús César Silva Méndez (Ourense, 1925-2011) decidió levantar algo que parecía imposible, una ciudad regida por niños. La bautizó como Benposta, la Ciudad de los Muchachos. Allí, jóvenes sin hogar o en riesgo de exclusión social vivirán en comunidad, aprendiendo diferentes oficios, artes y política a partes iguales. El objetivo del religioso era educarlos a la par que otorgarles poder.

“El niño no es un proyecto de persona: es una persona”.

Padre Silva

Los primeros habitantes fueron apenas quince infantes, compartiendo barracones mientras ayudaban a construir sus propias casas mientras asistían a clases improvisadas. En pocos años, el lugar creció hasta convertirse en una auténtica república infantil. Benposta contaba con un alcalde elegido democráticamente, tribunal de justicia, moneda propia e incluso un cuerpo de policía juvenil. Eso no es todo, pues sus ciudadanos poseían pasaporte del lugar y se presentaban con orgullo como “benposteños”.

El circo que dio la vuelta al mundo

De aquella ciudad nació uno de los símbolos más universales del proyecto, el Circo de los Muchachos. El proyecto estaba compuesto por jóvenes artistas formados en Benposta y recorrieron medio planeta con sus actuaciones entre la década de los sesenta y setenta. Trapecistas, payasos, músicos y acróbatas actuaron en España, América Latina y Europa, difundiendo la idea de que la infancia también podía ser embajadora cultural y política.

El Circo de los Muchachos delante de la Torre Eiffel y la Estatua de la Libertad.

En diversos reportajes realizados a lo largo de los años por periódicos como El País y Le Monde, exintegrantes del circo recuerdan las giras internacionales como “la escuela más grande del mundo”. Fernando Álvarez, que entró con doce años, recordaba la emoción de subirse por primera vez a un avión, pero también “el frío de los barracones y el hambre de muchos días”. Otros evocan los ensayos bajo la lluvia, las noches compartidas entre risas y miedo, o los aplausos de públicos que jamás habían oído hablar de Ourense.

Una ciudad con leyes, oficios y alma propia

Cada nuevo día en Benposta comenzaba con el sonido del tambor anunciando a los jóvenes benposteños la llamada a la asamblea con el fin de decidir las tareas de la jornada, resolver conflictos o votar propuestas. La organización política y administrativa de la aldea contaba con alcalde, tribunal de justicia y una red de oficios rotativos: panaderos, zapateros, jardineros, cocineros, músicos y redactores del periódico local, entre otros.

El proyecto del padre Silva pretendía enseñar algo más que las materias comunes que se imparten en una escuela convencional. Para él, era importante formar a los niños y jóvenes para vivir en comunidad. Por ello, el trabajo manual se combinaba con formación artística como el circo mencionado con anterioridad y debates sobre valores. Durante el día, los más pequeños cuidaban los huertos, mientras que los mayores se encargaban de los talleres o del mantenimiento eléctrico.La moneda local se bautizó como Coronas y servía para comprar alimentos o para actividades culturales como asistir al cine del pueblo. Además, los pasaportes que se imprimieron exclusivos de Benposta debían ser sellados al entrar en el pueblo, requisito que oficializaba a los visitantes el haber cruzado la frontera simbólica de un enclave tan singular.

Asamblea de Benposta.
Un modelo inspirador

Benposta no se quedó en Galicia, la idea de Silva inspiró a muchas a replicar el proyecto del cura gallego. Y así, surgieron comunidades similares en Colombia, Venezuela, Argentina y Mozambique, adaptadas a los contextos locales de cada región. En Bogotá, Benposta Nación de Muchachos aún mantiene vivo el espíritu del proyecto original, combinando educación artística y convivencia pacífica. 

Durante décadas, el Circo de los Muchachos fue la embajada itinerante de la comunidad creada por el padre Silva, un diplomático incansable convencido de la viabilidad de su modelo de comunidad y de enseñanza. Esto no pasó inadvertido para organizaciones e ilustres de la época, pues entre aplausos y premios, el clérigo y su pueblo recibieron reconocimientos de la UNESCO y del Papa Pablo VI. Por tanto, parecía que el proyecto se consolidaba como una república pedagógica que trascendía fronteras.

El padre Silva posa delante de la carpa de El Circo de los Muchachos.
Las grietas de la utopía

Con el paso del tiempo, la realidad empezó a erosionar el sueño de Silva, que durante los años ochenta y noventa vio cómo su comunidad sufrió crisis económicas, tensiones internas y denuncias de gestión opaca que debilitaron a Benposta.

La Reina Sofía y sus hijos posan junto a los niños de Benposta y el padre Silva.

La imagen que en un primer momento proyectaba el colectivo fue deteriorándose a través de las declaraciones de antiguos residentes que relataban las carencias materiales, castigos excesivos y el deterioro progresivo de las instalaciones. El propio padre Silva fue criticado por ejercer un liderazgo autoritario y por negarse a modernizar la estructura de poder.

Los terrenos donde se encontraba Benposta se endeudaron, las giras del circo se redujeron poco a poco con el tiempo y tras la muerte del padre Silva en 2011, la Ciudad de los Muchachos se apagó lentamente.

Hoy, quedan apenas unas decenas de residentes en las viejas casas de piedra, muchos de ellos exbenposteños que nunca se marcharon. Entre ellos, Antonio “Tony” Martínez, quien dedica su vida a mantener viva la memoria del proyecto y dirige la Fundación Benposta.

Tony Martínez, presidente de la Fundación Benposta. | Foto: Santi M. Amil (La Voz de Galicia).

“Esto fue más que una escuela. Fue una familia, con todo lo que eso implica: amor, conflicto y nostalgia”. Antonio “Tony” Martínez.

El recuerdo de una vieja idea
Moneda oficial de Benposta.

En la actualidad, Benposta es ruina y recuerdo, pero también símbolo. Sus edificios vacíos, a unos pocos kilómetros de Ourense, conservan vestigios de lo que una vez fue un sueño, sus murales, carteles del circo y la vieja bandera blanca y azul ondeando al viento susurra las historias de quienes un día lo habitaron.

Aun así, cada tanto se celebran encuentros de antiguos benposteños y nuevas generaciones para transmitir el mito a través de documentales y exposiciones. Quizás, como toda utopía, Benposta estaba destinada a ser efímera. Pero su legado —esa idea de que los niños pueden ser ciudadanos plenos, que la educación puede ser un acto político y cultural— sigue interpelando a los adultos que alguna vez dejaron de creer.

Residentes de Benposta y alumnos de la escuela de circo. | Foto: Iñaki Osoiro / María José Álvarez (Faro de Vigo).

“Benposta ya no existe, pero su espíritu sobrevive en quienes aprendieron allí que gobernar no es mandar, sino cuidar.” Jesús César Silva Méndez, fundador de la organización Benposta – Nación de Muchachos.

BENPOSTA: La ciudad gobernada por niños que creó un circo y asombró al Mundo. | Documental de Monxileros.

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