El ilusionista británico Jasper Maskelyne convirtió la magia en un arma militar para confundir a los alemanes en el norte de África

Durante la Segunda Guerra Mundial, en pleno desierto del Norte de África y bajo el estruendo de los bombarderos, un ilusionista británico decidió que su talento podía tener un lugar en el frente. Maskelyne, heredero de una conocida saga de prestidigitadores, protagonizó una de esas historias que se mueven entre lo inverosímil y lo fascinante.
No era el soldado típico. Antes de enfundarse el uniforme llenaba teatros con trucos de espejos, luces escondidas y cajas de las que lo imposible parecía salir caminando. Con el estallido del conflicto insistió en que aquel oficio suyo podía aportar algo al Ejército, una propuesta que sonaba excéntrica, pero que terminó llevándolo al Camouflage Development and Training Centre. Allí, ingenieros, artistas y estrategas trabajaban hombro con hombro para aprender a engañar al enemigo desde el terreno y desde el aire.
Su figura ha sobrevivido de muchas maneras, incluso con guiños discretos en películas como la tercera entrega de Now You See Me, donde los protagonistas lo citan como uno de los prestidigitadores de referencia. Para la mayoría es un detalle sin más, pero detrás de ese guiño se esconde una historia rebosante de creatividad, audacia y escenarios que cambiaban según la luz, el ángulo o simplemente el ingenio de quienes los diseñaban.

Sombras, arena y trucos en el Norte de África
El Norte de África fue una pieza clave de la guerra, especialmente durante la campaña del desierto que enfrentó al Afrika Korps de Rommel y al VIII Ejército británico. En aquel territorio inmenso, donde la arena borraba huellas en minutos y el calor convertía cualquier forma en un espejismo, Maskelyne encontró el escenario perfecto para poner a prueba una nueva forma de combate, la guerra de la ilusión.
Una de sus aportaciones más llamativas fue la creación de decorados militares a tamaño real. En un entorno donde cualquier sombra podía delatar posiciones estratégicas, él y su grupo, bautizado como el “Magic Gang”, diseñaron estructuras capaces de transformar tanques en simples camiones o bases enteras en paisajes aparentemente vacíos. No se trataba de trucos de magia al uso, sino de una ingeniería de la ilusión que combinaba creatividad, cálculos y un profundo entendimiento de cómo interpreta la realidad un piloto que observa desde cientos de metros de altura.

El objetivo era sencillo, que los aviadores alemanes vieran exactamente lo que los británicos querían que vieran. Bajo lonas, estructuras improvisadas y efectos visuales propios de un escenario teatral, el desierto se convertía en un telón inmenso capaz de alterar la percepción del enemigo.
El engaño que mantuvo viva a Alejandría
Entre las operaciones más documentadas se encuentra la creación de un puerto ficticio cerca de Alejandría, punto clave para el suministro del VIII Ejército. En los años más intensos de la guerra, la ciudad era una puerta vital para la llegada de recursos y, por tanto, una diana clara para la Luftwaffe (Fuerza Aérea Alemana).
Ante ese riesgo, se elaboró un plan tan improbable como ingenioso que consistió en levantar un puerto “fantasma” construido con madera, lonas y estructuras de imitación, acompañado de un sistema de iluminación que recreara actividad nocturna. No bastaba con copiar formas; había que reproducir hábitos, ritmos y sombras para convencer a los pilotos alemanes de que aquello funcionaba de verdad.
Según informes británicos de la época, el engaño dio resultado debido a que en varias incursiones, los bombarderos descargaron su artillería sobre la réplica, permitiendo que el puerto auténtico siguiera operando sin atraer la atención enemiga. Aquel truco, tan rudimentario como brillante, evitó daños graves en un momento decisivo de la campaña africana.

A veces, en mitad del caos bélico, la mejor defensa no era un muro ni una fortaleza, sino la capacidad de hacer creer al enemigo que estaba atacando justo donde debía.
La noche en que “desapareció” el canal de Suez
En plena ofensiva aérea alemana sobre Egipto, el canal de Suez era un objetivo demasiado valioso para dejarlo expuesto. De este reto nació uno de los episodios más singulares bajo la firma de Maskelyne, un sistema de reflectores que proyectaba haces de luz móviles creando un dibujo cambiante sobre el cielo. No hacía desaparecer el canal literalmente, pero sí dificultaba la orientación de los pilotos en el instante crítico del ataque.
Esa coreografía luminosa transformaba la noche en un escenario vivo, donde nada permanecía quieto. Más allá de su componente legendario, pues algunas versiones han agrandado el mito con el tiempo, la operación formaba parte de los intentos británicos de defender puntos estratégicos mediante técnicas de distracción visual que ya se estaban estudiando de forma sistemática.

En ese juego de luces y sombras, el canal seguía allí, intacto, pero esquivo, protegido no por muros, sino por la capacidad de manipular la percepción del enemigo en una de las noches más tensas del Mediterráneo.
El legado invisible de un mago de guerra
Al pensar en Jasper Maskelyne emerge algo que trasciende los trucos, la idea de que incluso en una guerra tan brutal, la imaginación puede abrir caminos insospechados. Su trabajo transcurre entre una mezcla de ingenio teatral, conocimientos técnicos y cierto gusto por el espectáculo que terminó influyendo en unidades posteriores dedicadas al engaño militar.
Es cierto que parte de su leyenda está envuelta en un aura novelesca y que algunas proezas siguen siendo motivo de debate entre historiadores. Pero más allá de exageraciones o mitificaciones, su paso por el Ejército dejó contribuciones reales en técnicas de camuflaje, operaciones de distracción y modelos de engaño que después fueron perfeccionándose.
Tal vez esa sea su verdadera herencia, el recordatorio silencioso de que lo más poderoso no es lo que percibimos con los ojos, sino aquello que alguien logra que nuestra mente muestre como real.


